viernes, 2 de marzo de 2012

Segundo Domingo de Cuaresma


"Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús...

Jesús nos invita al Tabor, a una experiencia gozosa de Dios, a subir con él a la montaña, a contemplar la manifestación del Padre.
Subir a la montaña, símbolo de lo inmenso y majestuoso, supone elevación, retiro, anhelo de limpieza y belleza, silencio gratificante, oración,  paz, esfuerzo,   tensión y superación en el ascenso, lucha contra la comodidad, mirada en el cima... Siempre más.

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: –Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

El Tabor es el punto de partida, no un lugar para quedarse. Hay que bajar a la realidad. El ascenso, el encuentro con Dios, nos ayuda a eliminar temores, nos da fuerzas y ánimos para seguir adelante y ser coherentes y consecuentes en la vida con nuestra fe.
Jesús nos invita a no instalarnos en nuestras tiendas de insolidaridad, egoísmo, comodidad, rutina... Nos anima a bajar de las nubes e implicarnos en la realidad
de la vida cotidiana, a seguir anunciando y viviendo la Buena Noticia con rostro alegre y “transfigurado”. Hay que continuar el camino. Seguimos a Jesús. Él nos precede y acompaña.

Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:
 –Éste es mi Hijo amado; escuchadlo

“Nube” para los pueblos del desierto significa sombra, lluvia, vida, alegría, bendición... Siempre está relacionada con la proximidad de Dios, luminoso, envolvente, maternal.
Ahora el Padre no habla sólo a Jesús: “Tú eres mi hijo”.  Se dirige a todos  nosotros: “Éste es mi Hijo”.  Él es mi Palabra. Lo que dice y lo que hace es mi Palabra. Vivid la Palabra de mi Hijo  y os haréis hijos. Vividla, y os haréis palabra. Ésa será vuestra transfiguración.
¿Sé escuchar a los demás?  ¿Escucho a Jesús en cada persona y en los acontecimientos de cada día? ¿Me siento hijo amado en todas las circunstancias de mi vida?

De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo  a Jesús con ellos. 

La Ley –Moisés- y los Profetas – Elías- han desaparecido. Sólo queda Jesús, su Voz, su Palabra, su Persona.  No siempre es fácil asumir y aceptar que “sólo Jesús basta”.

Puede resultar más cómodo y más fácil sustituirle por otras personas, por la ley,  el templo, el culto, las imágenes, los santos... Lo fundamental es que sea Jesús, sólo Jesús, la luz y el motor de nuestra vida.  No ver ni oír más que a Él. El es el único al que debemos seguir y escuchar.

Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos 

Jesús no quiere que se divulgue su mesianismo. El atisbo de la gloria pascual anticipada, sólo se podrá entender y anunciar a la luz de la Resurrección.
El  desierto de la Cuaresma, con su gozo y sufrimiento, salud y enfermedad, amistad y soledad, éxitos y fracasos, luz y oscuridad... tiene como meta la alegría de la Pascua.
Sabemos que el proceso termina con la victoria y la gloria de Jesús y la nuestra. Todo conduce a la Vida. 


Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de   resucitar de entre los muerto"
Con Jesús y por Jesús, la entrega y la muerte tienen sentido: conducen a la resurrección, a la vida plena. El Calvario no es el final. La luz vence siempre a las tinieblas. A todos nos regala, en nuestro camino, momentos de transfiguración.
Momentos que nos ayudan a fortalecer la fe, a activar la esperanza, a reavivar el amor, a disipar dudas, a no caer en la rutina y el desánimo, a descubrir la solidaridad.
Momentos de plenitud que nos hacen gustar las primicias del Reino. ¿Siento que camino hacia la plena liberación?   

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