jueves, 8 de marzo de 2012

Tercer domingo de cuaresma



"Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén.

La pascua era la fiesta de la liberación. Jesús acude a celebrarla como un laico más, mezclándose con la multitud rezando y cantando salmos. Los sinópticos sitúan este relato en la última semana de la vida de Jesús: (Mc 11, 15-19; Mt 21, 12-17; Lc 19, 45-46).
El cuarto evangelio lo coloca al comienzo de la vida pública. Quiere decir, desde el principio, que con Jesús se inaugura un tiempo nuevo en las relaciones del ser humano con Dios.

En el templo se encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás de sus mesas, los cambistas de dinero.  Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas  y  echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas;  y a los vendedores de palomas les dijo: –Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.

Jesús se enfrenta con indignación y valentía a todo el tinglado religioso-mercantil que se había formado en torno al templo. Con este gesto profético Jesús denuncia la situación en la que los intereses económicos, sociales, religiosos y políticos, han suplantado y ocultado a Dios. 
Buena ocasión para preguntarnos si esta situación se ha repetido a lo largo de la historia y si sigue siendo actual. Jesús reacciona ante quienes manipulan lo sagrado, atemorizan y esclavizan a las personas por medio del culto, de ritos y de tradiciones y todo lo supeditan a sus propios intereses.

Sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: “El celo por tu casa me consumirá”.

Tener celo por algo es vivirlo con pasión, defenderlo con todo interés y toda intensidad. Se tiene pasión y celo por las cosas que se aman,  que interesan profundamente. ¿Cuáles son mis intereses? ¿Coinciden mis actitudes y proyectos con los de Jesús? ¿Siento pasión por la Buena Noticia, por la paz, por un mundo más solidario y una sociedad más justa y más libre?¿Por qué se apasiona Jesús? ¿Por qué me apasiono yo?
Los judíos le salieron al paso y le preguntaron: –¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto?
Las señales que Jesús ofrece son: dedicarse a curar y a devolver la dignidad  a las personas antes que cumplir el precepto del sábado o cualquier ley.  Tocar leprosos. Lavar pies. Actuar con plena independencia y libertad.  Su corazón compasivo y liberador. Demostrar que para Él los últimos son los primeros. Acoger a todos a su mesa.  Ver a Dios en todas las personas, en todas cosas y en todas las circunstancias. Pasar haciendo el bien.  Señales que provocaron gran escándalo social y religioso. ¿Son las mismas señales que ofrecen al mundo quienes se consideran  sus seguidoras y seguidores?

Jesús replicó: –Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo. Los judíos le contestaron: –Han sido necesarios cuarenta y seis años para edificar este templo, ¿y piensas tú reconstruirlo en tres días?

El Dios de Jesús no es el Dios del culto y de los templos, del incienso, del holocausto y del sacrificio. Es el Dios de la compasión, de la libertad, de la vida... ¿Es Jesús y su mensaje el centro del culto?  ¿Hay mercantilismo en mis relaciones con Dios?
El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo. Jesús resucitado es el nuevo lugar de encuentro entre Dios y el ser humano. El verdadero templo es Jesús y todas y cada una de las personas.  Nuestra misión, acercarnos a ellas, compartir sus problemas, sus alegrías, sus proyectos, sus preocupaciones, estar atentos a sus necesidades... Pasar haciendo el bien. Como Jesús. Las personas son templos vivos de Dios y su gloria que todas vivan libres y felices.
Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho,  y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado.
La comunidad cristiana, iluminada por la experiencia pascual, descubrirá que el lugar  de la presencia  y el encuentro con Dios  no es un recinto, sino la Persona de Jesús. La resurrección de Jesús es la confirmación de sus palabras. Comienza el tiempo del culto “en Espíritu y en Verdad” (J 4,20), centrado en Jesús.

Durante su estancia en Jerusalén con motivo de la fiesta de pascua, muchos creyeron en su nombre, al ver los signos que hacía.  Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informasen sobre los hombres, porque él sabía muy bien lo que hay en el hombre.

¿Son las iglesias la casa del Padre? ¿Ofrecen, como Jesús, signos que hacen creer? Quienes se reúnen, ¿son comunidades formadas por “piedras vivas” con inquietudes cristianas de solidaridad, fraternidad y amor? ¿O forman una especie de infranqueable “muro de lamentaciones”? ¿Acogen a todas las personas a la mesa? Jesús conoce la respuesta. Y nos invita a una profunda reflexión a nivel personal y comunitario.