El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en
algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un
rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos
ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros cristianos. La figura de
Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya
en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la
oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado
a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de
ellas.
El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las
abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a
las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve
algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan
las ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos
evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los
pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece
preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan
sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el
evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites.
Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no
huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se
convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores.
Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo
22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida".
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación
bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y
entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos
acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan
con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano
cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a
su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?

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